¿Por qué creemos?

Sergio Aranda Klein

Imaginar que algo es posible es exactamente igual que creer. Imaginar es la acción de mayor libertad que pueda existir, no tiene limites, como así tampoco sus consecuencias. Cuando imaginamos que algo es posible, estamos dándole un sentido, un propósito a éste acto.

Creer es la palabra, el concepto que asociamos con aquello que imaginamos que existe pero que no podemos probar, ¿cuantas veces usamos ésta palabra todos los días?. Creemos en cuestiones de orden divino pero también lo hacemos respecto de aquellas cosas de las cuales estamos "casi" seguros y que abarcan todo tipo de cosas y situaciones cotidianas. Separar las creencias según su trascendencia o grado de probabilidad es algo que hacemos casi automáticamente. Entendemos que aquellas creencias relacionadas con la fe tienen un valor, una importancia distinta respecto de aquellas que representan una opinión de la cual no estamos tan seguros, también son diferentes de las que nos motivan a hacer algo; creo que puedo hacerlo, etc. La pregunta entonces es: ¿qué tan distintas son las diferentes creencias?

Richard Dawkins, biólogo evolutivo, profesor de zoología y de divulgación científica de la Universidad de Oxford, ha dicho que; "Los Darwinianos que buscan el valor de supervivencia de la religión se están haciendo la pregunta equivocada. En cambio, nos debemos centrar en algo en la evolución de nuestros antecesores que no hubiera sido reconocido como religión, pero que está listo para ser reconocido como tal en el contexto modificado de la sociedad civilizada". Ciertamente es posible que sea difícil encontrar el valor de supervivencia de las creencias a partir de considerar sólo las religiosas, sin embargo, si ellas las pensamos como parte de un fenómeno aun mayor como lo es el creer en general, entonces es posible que este acto sea justamente ese "algo", que Dawkins dice que hay que encontrar para explicar las religiones.

Encontrar la razón por la cual creemos, de algún modo explicaría porqué somos como somos, es por ello que la búsqueda de la respuesta correcta es tan importante. Mi propuesta tiene como hipótesis inicial sostener que toda creencia, sin importar su contenido, tiene un mismo origen, todas se basan en un mismo proceso mental que proviene de una capacidad biológica propia de los seres humanos.

Al analizar las creencias se las suele diferenciar por sus contenidos, por su importancia, por las consecuencias sociales, políticas y religiosas que de ellas se puedan derivar, sin embargo estos son todos actos posteriores a la existencia misma de la creencia. Para poder creer cualquier cosa tiene que existir antes una razón, una facultad que nos permita hacerlo, esto es lo que hay que encontrar.

En consecuencia, para mi explicación, el objeto creído es irrelevante puesto que su valor de verdad, su clasificación, será siempre una consecuencia del razonamiento que se haga sobre él una vez que haya sido expresado. Cuando las personas dicen que la creencia en dios es una necesidad humana justificando de este modo la religiosidad, lo que están haciendo es creer dos cosas, primero que existe una necesidad humana y luego que ella se satisface con la creencia en dios. Si bien justificar una creencia con otra es algo habitual, tal argumentación no nos sirve para encontrar la causa primera, el origen de la capacidad de creer, hallar la facultad que nos permite hacerlo nos dará las pistas acerca de la evolución humana, entonces la pregunta que hay que responder es: ¿por qué creemos?.

La respuesta es tan simple como la pregunta, creemos porque somos capaces de imaginar, entendiendo por esta capacidad no sólo la que nos permite unir distintos recuerdos para generar nueva información, sino aquella acción voluntaria por medio de la cual buscamos crear respuestas y soluciones a los más variados problemas.

Cuando imaginamos que algo es posible, estamos dándole un sentido, un propósito a éste acto, podemos decir que dios existe y también que es posible construir una maquina. La diferencia es que para hacer la maquina tenemos que comprobar que las cosas que creímos eran ciertas. Imaginar que algo es posible es exactamente igual que creer.

Imaginar es la acción de mayor libertad que pueda existir, no tiene limites, como así tampoco sus consecuencias. A partir del proceso mental de combinar la información que poseemos, podemos suponer la existencia de lo posible y lo imposible, lo real y lo ficticio. Entonces la pregunta siguiente es: ¿por qué imaginamos?.

Mi respuesta a esta nueva pregunta ya no es tan simple y para responderla propongo una serie de hipótesis, una teoría, con la cual pretendo encontrar los por qué más que los cómo, siempre desde una perspectiva más biológica que filosófica.

El comienzo de la búsqueda se inicia analizando los posibles efectos evolutivos de las creencias, sus razones biológicas, su utilidad en la supervivencia. Los efectos de las creencias serán tantos y tan variados como temas abarquen pero, si por un momento nos concentramos en aquellas que han sido imaginadas para obtener soluciones concretas a problemas reales como creer que es posible; construir un arma con piedras, navegar sobre troncos, cultivar las plantas, domesticar animales, etc., nos daremos cuenta de que toda conquista, toda tecnología, es el resultado de haber imaginado que algo era posible, de haber creído. Si esto es así entonces la razón evolutiva es evidente, nos ha servido para aprender a buscar y encontrar formas de sobrevivir en diferentes hábitat.

Imaginar es la capacidad de poder elaborar información nueva a partir de combinar aquella que almacenamos en la memoria como recuerdos, sin embargo para que esto sea posible primero debemos tener una facultad anterior cual es la de asimilar información que podamos recordar, este proceso es el aprendizaje. Luego la pregunta siguiente es: ¿por qué tenemos que aprender?.

Para encontrar la respuesta a esta interrogante debemos remontarnos en el tiempo mucho antes de la aparición de los homínidos, quizás incluso de los primates. Sabemos que muchas especies animales cumplen su ciclo vital de acuerdo a instrucciones instintivas que controlan y regulan todas las actividades de los individuos desde su nacimiento hasta la muerte, como es el caso de las tortugas quienes no necesitan aprender, toda la información que requieren para sobrevivir está en sus genes. En algún momento de la evolución algunas especies comenzaron a complementar esta información genética con el aprendizaje de modo de obtener una ventaja al adaptarse mejor a las variaciones del medio ambiente. Esta capacidad de adquirir información externa para completar el ciclo de vida constituye una especialización que no ha sido reconocida como tal. El órgano involucrado en este proceso es el cerebro cuya evolución es la que permite alcanzar cada vez mayores grados de dependencia de la información aprendida. Esta dependencia se realiza a costa de perder información genética, es decir para poder almacenar en el cerebro la información aprendida se le resta espacio a la que ocupaba la instintiva, de este modo se produce un circulo "vicioso", mientras más información aprendida menos instintiva, y mientras menos conductas instintivas más aprendizaje será necesario. Desde luego nunca terminan por desaparecer las conductas instintivas, muchas de ellas sólo disminuyen, así pues en definitiva es el crecimiento del cerebro el que permite mayor capacidad de aprendizaje.

Ésta especialización en el aprendizaje alcanzó finalmente en los homínidos su máxima expresión y esto gracias a que, por su constitución morfológica, pudieron sacarle más provecho que otras especies que también han utilizado el aprendizaje en su preparación para la supervivencia.

Como consecuencia de todo lo anterior, algunas especies de homínidos ante la perdida de especialización genética en el hábitat boscoso, que los hizo menos competitivos, y el aumento de la capacidad para aprender, se vieron forzados a ir dejando gradualmente el bosque para ocupar la sabana. En conclusión la posición erguida sería sólo una consecuencia y no una causa del cambio de hábitat. Por otra parte sería justamente la capacidad de aprender su mayor ventaja para ocupar tanto la sabana como otros múltiples ambientes en el proceso de desarrollo del conocimiento.

La dependencia del aprendizaje para la supervivencia es sin duda alguna una especialización, tanto es así que no existe ser humano alguno que pueda sobrevivir sin aprender. Hemos estado mirando las cosas al revés, si bien el aprendizaje se da en un contexto social, no es una función social. El aprendizaje es por sobre todas las cosas una herramienta de supervivencia que hace uso de la información externa a los individuos para resolver con los medios disponibles las formas de subsistir.

En conclusión, las sociedades y las culturas son las resultantes de las relaciones que permiten las distintas formas de supervivencia obtenidas mediante el aprendizaje. Así pues hablamos de una cultura agrícola, industrial, etc.

El proceso de selección en la especie humana se da en el contexto de su especialización, así pues aquellas culturas que mediante el aprendizaje obtienen ventajas por sobre otras con menos conocimientos terminan por imponerse, ya sea de forma paulatina o violenta, por una razón u otra. Sin considerar ningún juicio de valor, podemos afirmar que la historia humana es el recuento de los procesos de conquista de unas culturas por otras con mayores conocimientos. Todos los seres humanos actuales somos descendientes de una larga cadena de sobrevivientes a algún tipo de conquista, y la sobrevivencia es siempre el resultado exitoso de la evolución.

En conclusión, el largo camino de los antepasados de los seres humanos actuales, habría comenzado con la especialización en el aprendizaje como método de supervivencia. Este proceso, potenciado por las ventajas de sus constitución morfológica, los habría llevado a depender crecientemente de la información aprendida, y a la perdida gradual de funciones instintivas. La información que nos ha permitido sobrevivir y prosperar es aquella que hemos obtenido a través de un largo proceso de ensayo y error, esto no significa que sea la correcta, la verdadera, y ni siquiera la mejor, sólo ha sido la que ha resultado útil para pueda existir la población actual.